sábado, 14 de octubre de 2017



LA HERMANDAD


Si nuestra promoción, llamada Enrique Borges, en conmemoración de nuestro fallecido compañero víctima de un calambre en el mar de Venecia, no fuera integrada por la llamada "La hermandad" nunca se hubiera realizado el famoso reencuentro por los veinticinco años. Cómo dejar pasar la oportunidad donde se podría ver quién de todos se quedó calvo primero, a cuál de las chicas se les cayó las tetas primero, chismear y contar la infinidad de mujeres que pasó por Peluquita Soto, o simplemente presumir de lo bien que le trataba la vida, como fue el caso de Cejitas Borja. 

Pero para conocer a los personajes de tan famoso grupo del quinto “C” de un colegio emblemático del distrito de San Juan de Miraflores, y cuyo director, para variar es un ex alumno que intenta ser el revolucionario, tendríamos que remontarnos unos veinticinco años en el tiempo y ubicarnos en la clase de educación física, la cual dirigía el profesor Eduardo Rosas Uribe, de nacionalidad cubana, y quien los tenía locos con la monotonía de las clases: polichinelas, tres vueltas al canchón, veinte lagartijas. “Se quejan como niñas, cuando tengan su costilla me lo agradecerán”, de esta manera alentaba al llamado grupo de “los desmotivados”: Gutierrez y Buendía, quienes se desmayaban a inicio de la segunda vuelta al canchón, eso era mucho pues en tiempos de verano se desmayaban al llegar a la mitad de la primera vuelta. 

Ese día, y ante la sorpresa de todos, el profesor Eduardo trajo un balón de cuero, número cinco, color blanco con pentágonos negros. La indicación fue la siguiente: “ustedes, los de tercer año, representarán en la Copa Presidente. Rápido, formen grupos de cinco”. En ese momento los diecisiete varones del salón se vieron las caras dos acciones pasaron, Gutierrez y Buendía terminaron en enfermería (un salón con un botiquín con paracetamol) y el nacimiento de una amistad que perduraría a pesar de los años, los amores, los hijos, las bodas y las mutaciones físicas que la maldita edad te entregaba: obesidad y calvicie. 

El equipo, cuya expectativa de selección estaba puesta en la magia del delantero zurdo, Aldo “Pie de ángel” La torre. Con él el equipo estuvo conformado de la siguiente manera: en el arco un flacuchento de apellido López (en esa época nadie lo llamaba “Pitín”, era López, a secas), de defensas: Albero “Aureliano” Barrientos junto con el macetón de “Mágico” Paredes (una cajaza y unas piernitas de Bambi); en el medio campo el zurdo, Avioncito Rojas cuya habilidad era tirar piedras de una manera tal que nuestro profesora de física, nuestra morena, Ana Lucía, si viera como este malandril tiraba aquel ladrillo con su típico grito de guerra, “negra, esta parábola va a tu nombre”. Arriba, de nueve, en el área: Aldo “Pie de ángel” La torre, hijo de doña Margarita que en paz descanse. 

El primer partido pasará a la historia, no es necesario decir el resultado, eso lo veremos después.